Estuve pensando, en vista y
considerando bastantes sucesos que han acontecido últimamente, en eso de que el
amor o de que las personas son como las drogas.
“Soy adicto a ti” dice el
enamorado de redes sociales. “Tu amor es mi droga y necesito más” dice por otro
lado la tarjetita que venden el 14 de febrero. Déjeme decirle, lector/a de por
ahí, que por muy cliché que suene, no está tan lejos de la realidad.
“Sustancia o preparado
medicamentoso de efecto estimulante, deprimente, narcótico o alucinógeno” dice
la RAE que es una droga. Y, ¿No son
acaso todas esas las etapas por las que pasamos con una persona? De que
estimula, estamos claros. Deprimente… no es necesario ni siquiera mencionarlo.
Sobre los narcóticos y alucinógenos no queda más que afirmar que todos hemos
andado más despistad@s y viendo corazones hasta en las nubes.
Y eso es lo que le pasa a un/a
drogadict@ y a un/a enamorad@: luego de una serie de encuentros satisfactorios con
la droga, se acostumbra. A las sensaciones, a los momentos. Llega un punto en
que ya no hay un análisis racional de lo que se está haciendo. Lo hago porque
llevo tiempo haciéndolo. Lo hago porque se siente rico. ¿Si me suma? ¿Si me
resta? No hay mayor importancia en eso. En mayor o menor medida el tema es el
mismo. Y lo preocupante es que, más allá de la discusión que podría generarse
en torno a la existencia de drogas naturales que favorecerían al cuerpo en
distintos ámbitos, la droga es un elemento externo al cuerpo que provoca un
cambio en el estado. ELEMENTO y EXTERNO: ¿Pueden esas dos palabras usarse para
hacer referencia a una persona que se supone que amamos? Nuestro complemento,
nuestr@ compañer@. Yo creo que no. Porque si bien yo consumo drogas blandas
como el alcohol, el cigarro y la marihuana, mal podría negar que una sustancia
externa, no generada por nosotros y por ende no indispensable para vivir, y que
además cambie mi estado natural, sea totalmente beneficiosa para algo tan
natural como nuestra forma de ser, nuestra vida, en el caso de las drogas; o
para algo tan natural y saludable, también, como el amor, en el caso de las
relaciones de “adicción” a las que he hecho alusión a lo largo de este escrito.
El egoísmo forma parte esencial
de este ciclo de consumo-adicción. No hay amor sincero ni por uno mismo ni por
la otra persona. Al consumir a la otra persona no dejamos espacio para su
propio bienestar y, a su vez, nosotros llenamos espacios momentáneamente con el
hábito de pertenencia que generamos con la otra persona. ¿Cuánta normalidad
puede haber en el no poder vivir sin otra persona? ¿Cuánta normalidad hay en la
dependencia que se genera entre y una persona? ¿Dónde queda el volar junt@s,
sin cortar las alas de ninguno de l@s dos?
Qué cómoda la eterna energía de
la cocaína, qué llamativo el recorrido de un trip, qué amable el relajo de la
marihuana. Pero el cigarro, el alcohol también son drogas, y qué molesta la
sensación de una garganta sensible con el humo del cigarro o de un cuerpo que
quiere eliminar en cualquier momento todo el alcohol consumido. Llegar a ese
punto de agobio luego de una sobredosis a veces es útil. Yo lo tuve, no terminé
el cigarro y ya quería apagarlo. No terminaba el vaso y ya quería vomitar.
Desintoxicarse parece tortuoso al comienzo, la adicción a veces parece que te
va a ganar. Pero cuando se logra se arregla el cuerpo, la vida, la mente. Ahora
no espero ser ni la persona adicta ni la persona droga. Mantengo mi afición a
nada más que el amor. Parece que, para eso, no existe rehabilitación.
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