miércoles, 4 de diciembre de 2013

MARCApermanente

Y soñé. Tan real como si lo hubiese presenciado, como si hubiese corrido todos esos metros feliz y ansiosa por tatuarme aquella frase que he querido desde hace ya bastante tiempo y que, pretendo, sea mi primer tatuaje por el increíble significado que tiene para mí: De la piel para adentro mando yo. Título o comienzo de un poema cuyo autor es anónimo pero cuyas palabras me calan tan profundo que no me cabe duda al pensar que el sufrimiento del primer tatuaje sin duda alguna valdría la pena.
Mentiría si dijese que recuerdo haberme tatuado, en las condiciones, con quién, pero al parecer es un sí.
Corría mucho buscando el lugar donde me lo tatuaría, mi conclusión fue que estaba indecisa, que mi inseguridad salía a la luz hasta en mis sueños. Mi recorrido era por un lugar parecido al caracol colonial de acá, era lindo, me encanta el caracol. Su estructura, ubicación, forma. Lo que significa, en fin. Pensándolo bien ahora el modelo que yo quería al momento de escribir la forma era como ondulado, en espiral, y aquello concuerda con la forma del caracol. Es tan inteligente el subconsciente.
Pero bue, hubo un cambio de plano que probablemente se dió una vez que ya llevaba conmigo el tatuaje. Me trasladé a una plataforma sobre un escenario, un escenario situado no sé dónde, a decir verdad, pero donde el público se me hacía muy familiar. Eran mis amores. Mis amores pasionales, algunos más que otros. Y los tildo de pasionales pues mi familia y amigos también son amores, pero aquí estaban esos que me tocaron, besaron, acompañaron y observaron. Todos ellos.
Yo me disponía a decir unas palabras, algo iba a explicar y a la vez me interesaba que todos supieran lo de mi nuevo tatuaje. Después de todo era esa la frase que me había marcado de por vida.
Entonces vi su rostro, su rostro de mujer. Estaba sentada en primera fila, me dieron ganas de hablarle y no lo hice. También vi el suyo, tenía cara de niñito esperanzado. Quizás tuve ganas de hablarle pero tampoco me atreví. Estaba también el malo del asunto, con su mirada falsa de interés, quizás no tan falsa pero no natural.
Metros más atrás, con la muchedumbre, miles de rostros a los que alguna vez de seguro les coqueteé o a los que besé; parecían no importarme.
Lo contrario pasaba con los otros, los verdaderos amantes, que se veían a simple vista. Pero entre tanta mirada olvidé que ellos me miraban a mí y que esperaban que diera mis palabras, entonces intenté a hablar pero ni siquiera sabía que iba a decir. Preferí quedarme callada, luego de haber observado toda la panorámica al público que me miraba.
No dije nada, no tengo ni clara la idea del sueño, no sé si en éste me tatué o no, pero si me sirvió para sacar conclusiones:
-Debo la forma a mi futuro tatuaje a mi pasión por la arquitectura del caracol colonial.
-Y qué si hubo amor, y qué si hubo pasión, o si hubo sólo deseo: cada una de esas personas que lograron soportarme y de alguna u otra forma se sintieron atraídos hacia a mí se asemejan a un tatuaje con determinada forma, lugar, importancia y con infinitos colores que llevo en mi piel.