Podría tomar una bicicleta
y partir lejos.
Olvidarme de las penas y de las alegrías.
Sentir el viento en mi cabello y en mis manos frías.
Sentir como se pone mi nariz helada,
sentir cómo se siente el no sentir nada.
Podría tomar un automóvil
y partir lejos.
Olvidarme de lo que contamina,
olvidarme de lo que me contamina.
Recordar esos viajes a mi comuna natal,
recordar a mi familia, y a su forma de amar.
Podría tomar un bus
y partir lejos.
Olvidarme de que existe un orden cualquiera,
cambiarme de asiento cuantas veces quiera.
Hablarle a todos, conocer sus destinos,
y lograr hacer lo que tanto me falta: grandes amigos.
Podría tomar un avión
y partir lejos.
Olvidarme de la disconformidad,
velar por mí y mi comodidad.
Darme lujos que creo merecer,
andar por el cielo esperando volver.
Podría recordar que tengo pies
y partir lejos.
Gozar de una mentalidad revolucionaria
por no necesitar, absolutamente, nada.
Llegar al límite de lo permitido
teniendo sólo ansias de viaje conmigo.
Ganas de volver a empezar,
ganas de reestructurar.
Porque ante un desconcierto tan grande,
lo único que queda es viajar.