martes, 25 de agosto de 2015

27. Y mi primer día sin ti.

Camino 1 paso y ahí estás. Vistiéndote después de la ducha, entrando al closet, yendo al baño. Dándome un beso de buenos días o corriendo a clases porque te quedaste dormida.
Camino 2 pasos y ahí estoy. Mirando el baño, recordando nuestras duchas, recordando nuestras risas. Cuando nos lavábamos los dientes y cuando me enojé por la estupidez de la tintura.
Camino 3 pasos y ahí estás. Cocinando como solo tú sabes hacerlo, mezclando lo que se te ocurra. Inventando con lo que haya, haciendo maravillas que nos alegraban las tardes de fines de semana.
Camino 4 pasos y ahí estoy. Yendo a abrirte la puerta cuando me venías a ver, o rogándote que por favor no te fueras cuando peleábamos. Yéndome a clases y gritándote que te amaba. Molestándote incluso.
Camino 5 pasos y ahí estás. En el ascensor; cuántas compras, cuántos silencios, cuántos pisos juntas. Cuánto sushi recién comprado y cuántas noches en que te convencí de que por favor fueras a dormir conmigo.
Camino 6 pasos y ahí estoy. En conserjería; tú saludando, conversando con la señora que tanto te quiere. Bajando para irnos a la otra torre.
Camino 7 pasos y ahí estás. En la calle, caminando conmigo, yendo al supermercado o a tomar micro. Recordando que si algún imbécil me quiere hacer algo tú me habrías defendido, tú le habrías gritado y tú me habrías recordado que era preciosa y que por eso me molestaban.
Camino 8 pasos y ahí estoy. Cruzando Grecia. Esperando un encuentro fortuito como el de aquella vez.. encontrarnos una mañana como si el destino nos hubiese querido juntar. Esa vez en que se suponía que no íbamos a ser nada más que amigas, y finalmente no nos resultó.
Camino 9 pasos y ahí estás. En cada pareja, en cada persona. En cada beso que veo y cada vez que pienso que yo jamás lograré eso. Pienso en ti. Porque en secreto es mi sueño poder hacerlo nuevamente. Veo mujeres y pienso que son todas mejores, que ellas no han sido malas, que ellas pueden volver a empezar contigo a su lado. Pienso eso y se me quiebra el corazón.
Camino 10 pasos y ahí estoy. Entrando al lugar que inevitablemente nos une. En la universidad. Viendo gente pasar en cantidades y enorme y jamás encontrándome contigo. Viendo a tus amigos, y jamás encontrándome contigo. Rogando que cuando voy al baño de tu facultad aparezcas y no puedas negarme el saludo. Rogando que estés sentada en el bunker, esperando tu ayuda para imprimir ahí.
Camino 11 pasos y ahí estás. En cada supuesto, en cada pregunta. Dónde estará, qué estará haciendo, con quién estará, por qué no la veo. Tendrá o no clases. Habrá o no venido. Habrá almorzado y con quién. Me extraña o no.
Camino 12 pasos y ahí estoy. En clases. Pensando en ti cada vez que el profe toma café y me desconcentro. Revisando histéricamente mi celular cada cinco minutos. Saliendo a fumar en recreos con la inocente esperanza de que ahí estés.
Camino 13 pasos y ahí estás. En el almuerzo, en esos almuerzos en tu departamento o en el mío. En esos inventos donde discutíamos por estupideces y terminábamos comiendo exquisito y felices. Donde siempre llegabas diez minutos tarde a clases. Donde a veces ibas a clases y yo te esperaba en tu departamento, con tu gato, esperando cual esposa espera a su marido. Porque vivíamos una vida así, completa, tan entregada. Tan bonita a pesar de todo.
Camino 14 pasos y ahí estoy. Saliendo de clases, sin ningún plan. Sin nadie a quien ir a visitar. Sin ningún cine al que ir y ningún trámite que hacer.
Camino 15 pasos y ahí estás. Porque te pienso y si me ofrecen salir lo hago para no pensarte. Pero lo hago igual, caminando, en el paradero, comprando cerveza, fumándome un cigarro.
Camino 16 pasos y ahí estoy. Drogada y tomada. Mirando Santiago desde el piso quince y esperando a ver si me llega un llamado. Ahí estoy contando mis penas a quien compartía un cigarro conmigo. Ahí estoy, esperándote.
Camino 17 pasos y ahí estás. En el paradero. Porque tomamos un taxi abrazadas. Porque llovía y había sido una linda noche.
Camino 18 pasos y ahí estoy. Hablando aún de ti. Reconociendo el recorrido por las muchas veces en que lo hice contigo. Recordando las risas, las tallas en la micro, la gente que nos miró raro cuando me diste un beso. Cuando te dije que no me hicieras falsas ilusiones y me dijiste que no eran falsas.
Camino 19 pasos y ahí estás. Cuando me bajo de la micro y espero encontrarte. Ingenuamente espero que alguna vez aparezcas a mi espalda diciéndome que estás arrepentida, que me amas, que quieres estar conmigo. Que vayamos al supermercado a comprar como antes lo hacíamos, que robemos chocolate y salame para después quedarnos dormida en tu cama o en la mía.
Camino 20 pasos y ahí estoy. Entrando a mi edificio. Con olor a cerveza y los ojos aún achinados. Ninguna disposición de ir a encerrarme a mi departamento.
Camino 21 pasos y ahí estás. En tu living. Sentada quién sabe con quién en una hora, en una día, donde de no haber pasado nada malo entre nosotras, estaríamos compartiendo un chocolate, un pan y un café.
Camino 22 pasos y ahí estoy. Quiero saber quién es. Quiero saber cómo ocupas tu tiempo sin mí. Si haces lo mismo, si te acuerdas, si piensas en mí. Quiero ver la luz azul de tu pieza aunque me cargue; quiero mirarte para siempre y estar contigo.
Camino 23 pasos y ahí estás. En cada lágrima en el ascensor. En cada cosa que veo a mi alrededor. En la impotencia que me destruye la ilusión de la "felicidad" cada vez que estoy rodeada de gente.
Camino 24 pasos y ahí estoy. Pensando en quién era. Pensando en que yo debería estar ahí. Pensando que quiero hablarte y obligando a mis manos a no llamarte.
Camino 25 pasos y ahí estás. En tus zapatos, en mi vestido a rayas, en tu polerón gris. Me saco la ropa y estás de nuevo en el pijama. Estás en mis textos desordenados, estás en mi ropa, en mis olores y mis recuerdos.
Camino 26 pasos y ahí estoy. Queriendo dormir, queriendo olvidarme de todo. Pensando en qué haré el resto de los días: mañana ir a la u, el jueves ir a marchar. Marchar el jueves, encontrarte con ella, la persona que me robó toda tu atención. Encontrarnos el jueves, el jueves 27.
Camino 27 pasos y ahí estás. Tus comentarios cada vez que se acercaba un día 27 y me decías que me ibas a hacer una sorpresa. Que ibas a llegar con una flor, que íbamos a hacer algo lindo. Y yo riéndome de ti, yo sin tomarte en cuenta. A mis 27 pasos estoy destruida. Y te extraño, y me odio. Y pienso en lo tranquila que estabas en tu departamento, sin preocupaciones, sin malos ratos. Y pienso en lo distinto que podría haber sido todo. Pienso en la fecha que tendrás con ella. Pienso que no quiero ser un 27.
Porque camino 27 pasos y ahí estoy, y ahí estás. Con tus defectos y virtudes, con peleas y momentos hermosos. Porque estás en todo, en cada una de las cosas que veo desde que me despierto hasta que duermo. Porque me obligo a olvidarte y algo me gana. Porque te extraño. Porque te amo. Porque el 27 es nuestro.

sábado, 22 de agosto de 2015

A mi mamá.

{Escribí una carta que definitivamente marca una etapa en mi vida. No sé si seguirá existiendo materialmente después de mañana, así que la dejo acá. Una red social que se ha convertido en mi mayor confidente.)

Mamá:                                                                                                                          

Te escribo esto en uno de los períodos más difíciles que he vivido desde que tengo memoria. Tengo pena, dolor, rabia. Muchos sentimientos mezclados, muchas ganas de tener más vacaciones para ponerme mejor pero definitivamente si no es ahora, no es nunca.
Te amo. Estoy orgullosa de todo lo que hemos logrado separadas y juntas. Admiro lo jugada que eres y fuiste, entiendo tus penas y preocupaciones, pero llega un momento en la vida en que nos “ponemos los pantalones”, nos adueñamos de nuestro destino y tomamos decisiones antes de que sea demasiado tarde. Eso me está pasando a mí, específicamente desde que llegué el sábado pasado. Me di cuenta de que podía decidir muchos aspectos en mi vida, y no sólo porque cumplí 18, sino porque ahora estoy segura de muchas cosas.
Ya te lo dije, te amo, pero descubrí que el día de mañana, cuando tú ya no seas de quien dependo, o cuando ya no estés, voy a ser una mujer frustrada e infeliz, y va a ser demasiado tarde para buscar a personas que tanto me amaban, que tan feliz me hacían, y a quienes tuve que dejar por complacer a otras personas. Esta semana me dejó una persona que amo, una mujer, y todo porque le hice daño; porque la pasamos mal cuando yo proyectaba todas las inseguridades que me quedaron de nuestros peores años en ella. Y aunque pensé que podía olvidarla, he llorado todas las noches. Salgo intentando distraerme y ni ganas de comer tengo. Según lo que sé, eso es estar enamorada. Y según lo que sé, cuando se ama no se puede ir contra eso. Yo a ti te amo, pero tengo que ser capaz de amarme a mí misma, de perseguir mis sueños, de ser honesta.
No, no soy lesbiana. Tampoco me gustan sólo los hombres. Sólo me enamoro de las personas. Independiente de qué haya por fuera, amo lo que está por dentro. El alma de una persona y su manera de pensar. Eso no hace distinción entre hombres y mujeres. Y no, no es una etapa. Tampoco es confusión. Es simplemente una manera de sentir. Y es tan difícil vivir con eso en el mundo, como para que más encima tu familia se vuelva en tu contra.
Yo sigo siendo mujer. Me gustan los vestidos, quiero tener hijos. Me gusta arreglarme y soy señorita. Nada cambia, sólo la gente a la que amo.
No te pido que sepas todo y te vuelvas  mi confidente, sólo te pido respeto, aceptación. Porque tengo 18, esto ya no va a cambiar. Porque es decisión mía, aunque te duela. Y porque, aunque tú me diste la vida, yo soy la que la vive, y por ende yo decido cómo.
Te amo mamá; siempre serás mi mamá y yo tu hija. Pero me diste alas y ahora yo vuelo a los horizontes que yo quiera. Porque si no lo hago, a los 40, 50, seré una mujer infeliz, y qué clase de madre quiere a un hijo infeliz?
Por esto andaba tan fría y distante, porque siento que hay una pared entre las dos. Y aunque sé que es muy difícil el derribarla, podemos hacerlo juntas. Sólo necesito que logres entenderme, amarme, y por primera vez pienses en lo que yo quiero y no en lo que tú quieres.
¡Te amo! Y entenderé tu proceso… sólo quiero que te pongas en mi lugar. Siempre juntas, ¿te acuerdas?


Cinthya.
Agosto, 28, 2015.

domingo, 16 de agosto de 2015

Tulipanes Rojos

“-Hoy no atendemos, la niña está enferma- dijo Aleja. Y los hombres de traje negro y corbatas verde musgo se fueron con una expresión de indignación en el rostro. La casa estaba triste, había un ambiente de tensión y preocupación; todo por mí. El doctor había dicho que era una enfermedad respiratoria, del nombre ni me acuerdo, pero sé que si no se trataba bien podría hasta morir.
En la casa todos andaban tristes. No es por presumir, pero era la especie de alegría del hogar. Para mí todas eran mis mamás, todas sus ropas eran las mías, sus tacos los míos, sus alegrías, sobre todo, las mías, y sus faldas el único lugar donde me sentía segura. Todo eso a pesar de que ni siquiera era tanta la diferencia de edad. Desde que llegué al lugar habían sido las únicas personas en el universo que se preocupaban por mí a pesar de no ser mis familiares, y el hecho de que yo estuviese enferma era enfermarlas también a ellas.
-Traigan las medicinas. No se puede enfermar más. Esto es tu culpa, Aleja. Siempre jugando con agua. La niña ya está grande. -Aleja me sonreía procurando que Laura no la viera- Saquen dinero del rincón de la pieza, y vayan luego. Estamos perdiendo el tiempo y esto cada vez luce peor.-
Mis tres primeras mamás eran Laura, Aleja y Clara, y luego venían todas las demás que, aunque no eran tan cercanas, tenían un buen lugar en mi corazón. El porqué de que estuviésemos todas reunidas y viviendo en ese lugar, era claro. El oficio más viejo del mundo le llaman. Yo aprendí a llamarle deber. Todo porque, aunque suene cliché, la casa insostenible no es algo moderno, por esos años ya existía y quizá con mayor crueldad. Los típicos problemas de una familia y una madre que si no cumplía hasta con un rol de padre en lo que a ingresos se refiere, se ganaba el infierno, o al menos eso parecía con todo lo que mi papá la regañaba y lo que la había llevado a caer en el alcoholismo. Para ayudarle tuve que buscar ese oficio que, claramente, no era el más adecuado si hablamos de moral, pero sí para las necesidades que tenía hasta ese momento. La verdad ya hasta me había acostumbrado.
Era fácil acostumbrarse teniendo a una segunda familia allí: Laura, era una especie de mamá. Centrada, madura, inteligente. Aleja era un papá, se encargaba de hacerme ver mis errores y tomaba cierta dureza al momento de decirme las cosas. Finalmente estaba Clara, que por lo general era otra hermana. Sus actitudes eran del todo sufridas, solía ahogarse en un vaso de agua y todo problema pequeño para ella parecía enorme. Mi familia de putas no era tan mala, incluso, me habían mostrado una nueva perspectiva del mundo. Conocerme mejor, y por sobre todo eliminar todo prejuicio mal fundado que podía aparecer por mi mente. Así como yo las conocía, supongo que ellas me conocían a mí, y sabían que al fin y al cabo tenía un poquito de todas. Cierta madurez de Laura, mezclada con la rigidez de Aleja y en los malos momentos un sumergimiento profundo en lo terrible, tal como lo haría Clara.

Los señores de negro y corbata verde musgo solían visitarnos, y era entendible que se molestaran por la negación a ingresar el día en que me enfermé si la distancia hasta el jardín de los tulipanes no era menor. La persona que administraba el lugar sabía cómo debía funcionar todo, en anonimato, lejos de todo, sin que nadie supiera, sin datos. Digo ‘la persona’ porque lamentablemente nunca conocí al jefe o la jefa. En ese lugar había un gran secreto que tenía sobre todo su origen en la clandestinidad pero, para el contexto, no le venía nada de mal. A las personas que iban y a casi todas mis compañeras parecía gustarles que todo fuese rápido y sin rastros, menos a mí.
A pesar de lo acostumbrada que estaba hasta a esos mismos señores, ya estaba aburrida. Tenían peticiones especiales. Que sin mirar, que no en la cama, que así, que asá. Ellos y sus nuevas técnicas de placer conocidas en sus viajes europeos pagados por sus empresas. Creían tenerlo todo en sus manos, creían que caíamos rendidas a sus pies cada vez que nos tocaban simplemente porque en la cama fuimos suyas. No entendían nada de lo que verdaderamente nosotras pensábamos, y ellos querían llevar las riendas de todo el asunto.  Somos nosotras las que prestamos el cuerpo, no ellos, y por lo mismo somos nosotras quienes deberíamos decidir sobre esos temas. Todo eso si es que la relación fuese por gusto; estas eran por plata, y la decisión estaba en manos del que la daba.
Siempre iban los mismos: Javier, José, Francisco y Pablo. Pero dos semanas luego de mi enfermedad, llegó uno nuevo: Gastón. Alguna relación familiar tenía con los hombres de traje negro y cortaba pues se notaba que tenían confianza, más allá del humor que este último tenía y lo bien que podía llevarse con todos. Eso me encantó. Que fuese tan sociable, que supiera como llegar a nosotras, quizá todo tenía que ver con lo jovial que era. Tenía una diferencia de edad similar a la mía con mis “madres”, por lo que es obvio de quien me volví dama de compañía, ¿No?

Iniciamos una serie de encuentros casuales que, si en el primer mes eran dos por semana, luego fueron tres, cuatro y hasta cinco. Las risas eran más frecuentes y sin darnos cuenta pasamos de tener sexo a hacer desenfrenadamente el amor. Nuestros ojos lucían cristalinos cada vez que teníamos que despedirnos, sabiendo que las distancias eran enormes una vez que ponía un pie fuera del jardín de los tulipanes. Eso sí, ningún día estuvieron tan cristalinos como cuando me dijo que iría a un viaje europeo con los hombres de traje negro y corbatas verde musgo. Algo pasó dentro de mí, nunca tendré claro qué, pero supe de inmediato que ese viaje no significaría nada de nuevo.
-¿Qué piensas?- preguntó mientras abrochaba mi blusa.- Siempre hablas cuando terminamos de hacer el amor. Me gusta que estés feliz y me lo demuestres. Dime qué pasa.
-Siento que este viaje no sirve de nada. Ya nos vemos poco, y es casi imposible saber cuándo volverás conociendo a tus acompañantes- dije irritada.
-No te preocupes, no será por mucho. Pero ten siempre en cuenta que nuestra relación es aquí, en un –titubeó- prostíbulo. No es nada muy esperanzador a futuro. No quiero que sufras.
Y yo callé. Las mujeres que nos vendemos no suponemos ser sensibles ni lloronas. Es más, somos quienes, a aquellos hombres poderosos en públicos, debemos someter en la intimidad. Creí también que era injusto que se fuese con un mal sabor al viaje, por lo que sólo lo besé y lo dejé hasta la puerta. Saliendo pisó un tulipán. No sé por qué no le grité o me enojé, los tulipanes son mis flores favoritas y detesto cuando los pasan a llevar.
Enamorarme definitivamente no podía estar en mis planes. Las prostitutas debemos ser cuidadosas con ese tema, aunque quizá todo trabajo deber estar separado por completo de los temas sentimentales; sin embargo, ‘el amor todo lo puede’, y logró el enamorarme del más decente de aquellos pesados y antipáticos hombres que se creían dueños de todo. No reconocí lo que sentía hasta que, el día en que volvió, corrí despavorida a recibirlo y noté que no sintonizábamos cuando, mientras yo intentaba darle besos, él sólo me quitaba la falda. Nada me importó, el sexo de bienvenida sabía mejor cualquier otro a pesar de no saber si siempre era así o sólo era algo excepcional, estando en los brazos de Gastón. Seguimos, de todas maneras, en lo que nos reunía y esa noche ninguna lágrima cayó de mis ojos. Fue un gran descanso luego de cuatro horribles y eternas semanas donde Laura se convirtió en mi gran apoyo, y donde, durmiendo con ella, fue su almohada la que más lágrimas mías acogió.
Los encuentros fueron más frecuentes hasta que comencé a sentirme extraña, y no, no estaba embarazada. Al menos hasta ese momento. Aleja representaba la fortaleza de mi nueva familia y sólo ella me daba suficiente seguridad para preguntarle qué podría estar pasando o qué era lo que podía hacer. Ella me aconsejó que fuéramos a la posta, nuestro único centro de salud cercano y estando ahí me diagnosticaron clamidia. Aleja no se enfureció, ella ya la había tenido. Igual que Laura, igual que Clara. Un par de lágrimas rodaron por sus mejillas sólo por el hecho de sentir que esto era como arruinarme la vida, incluso sabiendo que la enfermedad era curable: pensaron que mi viaje por el mundo de la prostitución era pasajero, y el tener una enfermedad de transmisión sexual era casi un pasaje sin retorno a la costumbre de dormir con hombres desconocidos. Además, es innegable que no vivíamos con lujos y fortuna, por lo que el tratamiento no era algo que estuviese del todo a nuestra mano, más cuando por esos años el tema de la salud tenía aún menos desarrollo. Le dije a Aleja que no se preocupara, pero sus sollozos de vuelta al jardín los sentí más fuerte que nunca.
Seguramente por obra del destino los días siguientes no supieron del nombre Gastón, pero definitivamente fue lo mejor, o eso creí en ese momento. Me dediqué a mí, no me acosté con nadie. Me dedicaba a limpiar y leer, limpiar y leer. Las prostitutas podemos ser inmorales pero no por eso mal educadas, mucho menos alejadas del conocimiento. Es necesario tener una mente abierta e interesante para tomar la cruda decisión de vender el cuerpo. Nosotras veíamos como algo necesario, casi tanto como el sexo, el leer. Tal como el mundo ficticio de las historias, necesitábamos ficción en nuestras vidas. No se vive mal siendo dama de compañía, pero de esa manera tampoco se logra la felicidad.
A las dos semanas del diagnóstico apareció y lo hizo con todos sus compañeros. Venía con ganas de estar conmigo, pero todas estábamos tristes. El  la administradora o administrador se había ido y ahora, solas, velábamos por nuestro bienestar. Velábamos por que no se supiera lo que sucedía en el jardín de los tulipanes, velábamos por no separarnos y volver todas a nuestras crudas realidades. Fue por eso que me negué a todo, y antes de cualquier cosa le dije que no me tocara nunca más. Que Europa era un continente sucio, que no le perdonaría nunca lo que me había hecho. Me sentía sin valor, totalmente reemplazable y pasada a llevar; yo, que algunas vez creí que me podía querer. No le importó en un comienzo, hasta que días más tarde Clara me llegó con la noticia.
-¿No has visto a Gastón?- preguntó.
-No, y tampoco tengo ganas. No quiero saber de él en mucho tiempo- dije indignada por la pregunta.
-Pues deberías reconsiderarlo, Alicia. Gastón está reemplazando al jefe. Ha pagado todos los gastos y se ha hecho cargo de nosotras. ¿Es que acaso no sabías?- exclamó sorprendida.
-No me interesa. Lo que hizo conmigo no podrá remediarlo con nada. Y qué bien si les está dando de comer, pero a mí no me interesa nada que tenga que ver con él.
Al rato Alicia salió de la habitación que compartíamos las cuatro junto con Aleja y Laura, y minutos después golpearon a la puerta. Era Gastón que con un sinfín de frases elaboradas y halagos me pedía perdón por todo, prometiendo amor eterno. Dijo que si estaba ahí no era porque le gustaba el mundo de la prostitución, sino porque quería que juntos saliéramos adelante y que para estar cerca de mí el único camino era acercarse al jardín de los tulipanes. Las palabras que minutos antes había pronunciado en presencia de Alicia cayeron al piso. Lo besé como destrozándole los labios por todo el daño que me había causado, pero a la misma vez dando a entender lo mucho que lo amaba, y no pensé en lo que podían decir, en los problemas que me podía traer. Ya estaba enamorada y ese sí que es un viaje, muchas veces, sin retorno.
Los días siguientes estuve siempre con él, no teníamos tanto sexo, pero tampoco teníamos verdadero amor. Era como una relación de socios que se “querían”, y a pesar de no ser una verdadera pareja enamorada, yo me seguía entregando. Dejé de cuidarme pues esa era la noción de pareja estable que necesitaba para hacerlo y no creí necesario el evitar una familia. Sin darme cuenta, fue la peor decisión que podía haber tomado.
Un día Laura se me acercó y me dijo:
-Alicia, no está bien lo que haces- me dijo sentándose a mi lado.
-¿Qué no está bien? ¿Enamorarme?-.
-Lo que estás haciendo. Nos ignoras. Crees que eres superior por estar con el nuevo “jefe” cuando tú sabes que nadie lo quería acá y que si lo aceptamos es porque casi no teníamos dinero. Los hombres de traje y corbata no han hecho más que traer problemas, y tú sin embargo ahora nos has dejado de lado hasta a nosotras por estar con él. ¿No te parece demasiado? –dijo.
-No. Yo estoy feliz. Eres una egoísta, Laura, y me extraña pues siempre has sido la más inteligente. Nunca antes me había sentido tan contenta y tú vienes a estropearme los sueños. No quiero escucharte más, ni a ti ni a nadie. Yo soy feliz y eso me basta.
Horas más tarde tomé dinero de la billetera de Gastón e hice el largo viaje hacia la ciudad. Necesitaba que alguien, algún médico que confirmara mi presentimiento de ser madre y así fue. Estaba embarazada de Gastón, el hombre que se fue a otro continente diciendo que no quería estar conmigo, el hombre que volviendo al país me había contagiado con una enfermedad de transmisión sexual. Estaba esperando un hijo de quien me había hecho más daño. Nada tenía lógica.
Ese día volví al jardín de los tulipanes pero le expliqué a Gastón que necesitaba bajar a la ciudad un par de días. Necesitaba hacer unos trámites, comprar cosas para nuestro nuevo hogar-prostíbulo, y dedicarme tiempo luego de tantas discusiones con quienes habrían sido durante casi toda mi vida mis verdaderas madres. Gastón entendió, me dio suficiente dinero sin siquiera titubear pues pasábamos por un esplendoroso momento en el jardín de los tulipanes. Sin duda alguna Gastón había disparado el éxito del lugar, y aunque mis madres no lo negaban, no les contentaba en lo absoluto que me proyectara con él. Estuve en la ciudad aproximadamente dos semanas y al retorno nada era como me esperaba.
No lo podía creer, era lo que nunca me había imaginado. Entrando al jardín pisé un tulipán y ni siquiera me importó, o quizá las lágrimas gigantes que mis ojos albergaban no dejaron que me fijara.
Todas las que trabajaban no estaban. Los tulipanes lucían resecos, descuidados. El auto de Gastón se había ido dejando las huellas de sus ruedas, y la casa no era más que un templo de la soledad. Entré preocupada y recorrí cada una de las piezas donde sólo quedaban las camas, sin sábanas ni almohadas. Encontré en la pieza que compartía con Aleja, Laura y Clara, una carta de cada una con algo suyo como recuerdo. En cada carta me aconsejaban, a su estilo, qué debía hacer en mi nueva vida. Aleja me lo decía con resignación, intentando decirme que las decisiones siempre deben ser las mejores y que, si más adelante tenía un hijo, que por favor le diera el doble del amor que ella podía haberme entregado. Que todo lo que hizo fue siempre esperando mi felicidad, y que la perdonara si alguna vez no la pude perdonar. Por su parte, Laura se mostraba un poco decepcionada, pero también me aconsejó dentro de lo que pudo y los borrones de tinta demostraban que escribiendo la carta habían caído un par de lágrimas. Me dijo que las mujeres éramos fuertes, más las que estábamos solas. Pero que yo había sido capaz de valerme por mí misma aunque fuese vendiendo mi cuerpo, y que eso me volvía capaz de hacer lo que yo quisiera a futuro, pues ya tenía control sobre mi vida. Al último y sin restar importancia leí la de Alicia, que fue la que desató mi llanto. Era la más dulce y a la vez triste de las tres, tal cual era el estilo de mi hermana postiza. En ella más que aconsejarme plasmaba los sentimientos y recuerdos más importantes que habíamos tenido juntas, diciendo que todo lo que pasaba no era culpa mía, sino de Gastón, y que yo era la princesa más linda que merecía al mejor príncipe azul.
Fue entonces cuando entendí y, por el contenido y ciertas frases de las cartas, llegué a la conclusión de lo que había dicho Gastón: Que nos íbamos, que nos habíamos aburrido del mundo de los prostíbulos. A cada una le dio algo de dinero que la verdad era miserable, pero que hasta para mí en ese contexto habría sido valioso. Sobre mí dijo que yo había ido a la ciudad a buscar un nuevo hogar, pues el jardín de los tulipanes se cerraría y no tendrían más recursos para mantenerlo, ante lo que todas mis compañeras prefirieron tomar sus cosas y buscar nuevos horizontes. El problema de todos los lindos planes que Gastón contó a las chicas era que nunca me avisó, que yo no había ido a buscar casa, y que no me dijo tampoco dónde iría. Ahora estaba sola, sin familia y con un hijo en el vientre de un hombre que nuevamente me decepcionaba. Lloré dos días donde sólo me dedicaba a comer ciertas frutas que había traído de la ciudad y a regar mis tan añorados tulipanes, luego decidí que por el bien de mi nuevo hijo debía acudir a la única familia disponible en ese momento: la real.
Tomé el dinero que tenía escondido para cuando me fuese de ese prostíbulo con Aleja, Laura y Alicia y me lo llevé hacia mi lugar de origen. Allá encontré a mi madre más demacrada, mis hermanos más grandes y toda la casa casi cayéndose a pedazos. Le expliqué entre llantos lo que había sucedido mientras bebía un café recargado que mi madre me había servido de mala gana, y ella finalizó el relato con una carcajada. Estaba borracha pero el olor lo había ocultado, así como su forma de hablar pues  no había mencionado palabra. Descubrí que seguía sumida en el alcoholismo que le dejó mi padre cuando se puso a reír de toda la tragedia que le estaba contando, y cuando me pidió la mitad del dinero que había encontrado al registrar mi cartera mientras iba al baño. Al negarlo, ella reía de nuevo. Ya lo había sacado. Y antes de llorar y darme por vencida pensé en mi hijo, pensé en que tenía que salir de inmediato de ahí.
Caminé sin rumbo hasta llegar a una iglesia donde me quedé dormida en el confesionario, y al otro día tomé la decisión que hasta el día de hoy creo fue la mejor. Acudí donde la única mujer partera del pueblo y le dije que necesitaba abortar, que no podía traer a este niño al mundo. Era una injusticia para él, venir de la quietud y tranquilidad de mi vientre a una realidad donde no podía ofrecerle más que penas y martirios, quizá llevando a que se convirtiese en otro más de esos hombres malditos de trajes negros y corbatas verde musgo. Le conté mi historia a grandes rasgos y accedió a hacerlo gratis pues comprendió la situación. En esos tiempos el aborto se hacía sin precauciones, sin cuidados más que el que tiene una mujer que se dedica a eso. Y hoy en día todos se hacen los interesantes y defensores discutiendo cuán moralmente aceptable es no traer a un niño al mundo… ¡Por favor! Si esto se viene haciendo incluso antes del nacimiento de este país. Aborté y decidí borrar, de todas maneras y al menos por ese momento, lo que había sucedido con ese hijo pues ya era demasiada carga emocional como para tener que recordar otro martirio.
De ahí en más mi vida ha sido dura, pero mejor que la que tendría de haberme quedado en mi hogar, con un padre descontrolado y una madre alcohólica. Puedo decir con orgullo que cada uno de mis logros ha sido gracias a mí, que nadie me ha ayudado. Que todas las decisiones las he tomado yo, tal y como debiese ser tomada cada una de las decisiones de una mujer. Puedo decir que cada opción preferida fue la mejor que podría haber tomado, y puedo estar segura también de que ahora, a mis 60 años, no creo que sea tarde para comenzar como corresponde una vida feliz”.

La señora terminó de hablar y sentí un nudo en la garganta. Era la primera entrevistada para el puesto de encargada de la limpieza en la empresa y yo ya quería darle el puesto. Yo, que sólo le había pedido riendo que me contara un poco más de su vida, todo mientras yo intentaba esconder con mi mano la corbata verde musgo que me había puesto ese día y mientras ella mantenía su mirada cristalina y constante en los tulipanes rojos detrás de la ventana.