“-Hoy
no atendemos, la niña está enferma- dijo Aleja. Y los hombres de traje negro y
corbatas verde musgo se fueron con una expresión de indignación en el rostro.
La casa estaba triste, había un ambiente de tensión y preocupación; todo por
mí. El doctor había dicho que era una enfermedad respiratoria, del nombre ni me
acuerdo, pero sé que si no se trataba bien podría hasta morir.
En
la casa todos andaban tristes. No es por presumir, pero era la especie de
alegría del hogar. Para mí todas eran mis mamás, todas sus ropas eran las mías,
sus tacos los míos, sus alegrías, sobre todo, las mías, y sus faldas el único
lugar donde me sentía segura. Todo eso a pesar de que ni siquiera era tanta la
diferencia de edad. Desde que llegué al lugar habían sido las únicas personas
en el universo que se preocupaban por mí a pesar de no ser mis familiares, y el
hecho de que yo estuviese enferma era enfermarlas también a ellas.
-Traigan
las medicinas. No se puede enfermar más. Esto es tu culpa, Aleja. Siempre
jugando con agua. La niña ya está grande. -Aleja me sonreía procurando que
Laura no la viera- Saquen dinero del rincón de la pieza, y vayan luego. Estamos
perdiendo el tiempo y esto cada vez luce peor.-
Mis
tres primeras mamás eran Laura, Aleja y Clara, y luego venían todas las demás
que, aunque no eran tan cercanas, tenían un buen lugar en mi corazón. El porqué
de que estuviésemos todas reunidas y viviendo en ese lugar, era claro. El
oficio más viejo del mundo le llaman. Yo aprendí a llamarle deber. Todo porque,
aunque suene cliché, la casa insostenible no es algo moderno, por esos años ya
existía y quizá con mayor crueldad. Los típicos problemas de una familia y una
madre que si no cumplía hasta con un rol de padre en lo que a ingresos se
refiere, se ganaba el infierno, o al menos eso parecía con todo lo que mi papá
la regañaba y lo que la había llevado a caer en el alcoholismo. Para ayudarle
tuve que buscar ese oficio que, claramente, no era el más adecuado si hablamos
de moral, pero sí para las necesidades que tenía hasta ese momento. La verdad
ya hasta me había acostumbrado.
Era
fácil acostumbrarse teniendo a una segunda familia allí: Laura, era una especie
de mamá. Centrada, madura, inteligente. Aleja era un papá, se encargaba de
hacerme ver mis errores y tomaba cierta dureza al momento de decirme las cosas.
Finalmente estaba Clara, que por lo general era otra hermana. Sus actitudes
eran del todo sufridas, solía ahogarse en un vaso de agua y todo problema
pequeño para ella parecía enorme. Mi familia de putas no era tan mala, incluso,
me habían mostrado una nueva perspectiva del mundo. Conocerme mejor, y por
sobre todo eliminar todo prejuicio mal fundado que podía aparecer por mi mente.
Así como yo las conocía, supongo que ellas me conocían a mí, y sabían que al
fin y al cabo tenía un poquito de todas. Cierta madurez de Laura, mezclada con
la rigidez de Aleja y en los malos momentos un sumergimiento profundo en lo
terrible, tal como lo haría Clara.
Los
señores de negro y corbata verde musgo solían visitarnos, y era entendible que
se molestaran por la negación a ingresar el día en que me enfermé si la
distancia hasta el jardín de los tulipanes no era menor. La persona que
administraba el lugar sabía cómo debía funcionar todo, en anonimato, lejos de
todo, sin que nadie supiera, sin datos. Digo ‘la persona’ porque
lamentablemente nunca conocí al jefe o la jefa. En ese lugar había un gran
secreto que tenía sobre todo su origen en la clandestinidad pero, para el
contexto, no le venía nada de mal. A las personas que iban y a casi todas mis
compañeras parecía gustarles que todo fuese rápido y sin rastros, menos a mí.
A
pesar de lo acostumbrada que estaba hasta a esos mismos señores, ya estaba
aburrida. Tenían peticiones especiales. Que sin mirar, que no en la cama, que
así, que asá. Ellos y sus nuevas técnicas de placer conocidas en sus viajes
europeos pagados por sus empresas. Creían tenerlo todo en sus manos, creían que
caíamos rendidas a sus pies cada vez que nos tocaban simplemente porque en la
cama fuimos suyas. No entendían nada de lo que verdaderamente nosotras
pensábamos, y ellos querían llevar las riendas de todo el asunto. Somos nosotras las que prestamos el cuerpo,
no ellos, y por lo mismo somos nosotras quienes deberíamos decidir sobre esos
temas. Todo eso si es que la relación fuese por gusto; estas eran por plata, y
la decisión estaba en manos del que la daba.
Siempre
iban los mismos: Javier, José, Francisco y Pablo. Pero dos semanas luego de mi
enfermedad, llegó uno nuevo: Gastón. Alguna relación familiar tenía con los
hombres de traje negro y cortaba pues se notaba que tenían confianza, más allá
del humor que este último tenía y lo bien que podía llevarse con todos. Eso me
encantó. Que fuese tan sociable, que supiera como llegar a nosotras, quizá todo
tenía que ver con lo jovial que era. Tenía una diferencia de edad similar a la
mía con mis “madres”, por lo que es obvio de quien me volví dama de compañía,
¿No?
Iniciamos
una serie de encuentros casuales que, si en el primer mes eran dos por semana,
luego fueron tres, cuatro y hasta cinco. Las risas eran más frecuentes y sin
darnos cuenta pasamos de tener sexo a hacer desenfrenadamente el amor. Nuestros
ojos lucían cristalinos cada vez que teníamos que despedirnos, sabiendo que las
distancias eran enormes una vez que ponía un pie fuera del jardín de los
tulipanes. Eso sí, ningún día estuvieron tan cristalinos como cuando me dijo
que iría a un viaje europeo con los hombres de traje negro y corbatas verde
musgo. Algo pasó dentro de mí, nunca tendré claro qué, pero supe de inmediato
que ese viaje no significaría nada de nuevo.
-¿Qué
piensas?- preguntó mientras abrochaba mi blusa.- Siempre hablas cuando
terminamos de hacer el amor. Me gusta que estés feliz y me lo demuestres. Dime
qué pasa.
-Siento
que este viaje no sirve de nada. Ya nos vemos poco, y es casi imposible saber
cuándo volverás conociendo a tus acompañantes- dije irritada.
-No
te preocupes, no será por mucho. Pero ten siempre en cuenta que nuestra
relación es aquí, en un –titubeó- prostíbulo. No es nada muy esperanzador a
futuro. No quiero que sufras.
Y
yo callé. Las mujeres que nos vendemos no suponemos ser sensibles ni lloronas.
Es más, somos quienes, a aquellos hombres poderosos en públicos, debemos
someter en la intimidad. Creí también que era injusto que se fuese con un mal
sabor al viaje, por lo que sólo lo besé y lo dejé hasta la puerta. Saliendo
pisó un tulipán. No sé por qué no le grité o me enojé, los tulipanes son mis
flores favoritas y detesto cuando los pasan a llevar.
Enamorarme
definitivamente no podía estar en mis planes. Las prostitutas debemos ser
cuidadosas con ese tema, aunque quizá todo trabajo deber estar separado por
completo de los temas sentimentales; sin embargo, ‘el amor todo lo puede’, y
logró el enamorarme del más decente de aquellos pesados y antipáticos hombres
que se creían dueños de todo. No reconocí lo que sentía hasta que, el día en
que volvió, corrí despavorida a recibirlo y noté que no sintonizábamos cuando,
mientras yo intentaba darle besos, él sólo me quitaba la falda. Nada me
importó, el sexo de bienvenida sabía mejor cualquier otro a pesar de no saber
si siempre era así o sólo era algo excepcional, estando en los brazos de Gastón.
Seguimos, de todas maneras, en lo que nos reunía y esa noche ninguna lágrima
cayó de mis ojos. Fue un gran descanso luego de cuatro horribles y eternas
semanas donde Laura se convirtió en mi gran apoyo, y donde, durmiendo con ella,
fue su almohada la que más lágrimas mías acogió.
Los
encuentros fueron más frecuentes hasta que comencé a sentirme extraña, y no, no
estaba embarazada. Al menos hasta ese momento. Aleja representaba la fortaleza
de mi nueva familia y sólo ella me daba suficiente seguridad para preguntarle
qué podría estar pasando o qué era lo que podía hacer. Ella me aconsejó que
fuéramos a la posta, nuestro único centro de salud cercano y estando ahí me
diagnosticaron clamidia. Aleja no se enfureció, ella ya la había tenido. Igual
que Laura, igual que Clara. Un par de lágrimas rodaron por sus mejillas sólo
por el hecho de sentir que esto era como arruinarme la vida, incluso sabiendo
que la enfermedad era curable: pensaron que mi viaje por el mundo de la
prostitución era pasajero, y el tener una enfermedad de transmisión sexual era
casi un pasaje sin retorno a la costumbre de dormir con hombres desconocidos.
Además, es innegable que no vivíamos con lujos y fortuna, por lo que el
tratamiento no era algo que estuviese del todo a nuestra mano, más cuando por
esos años el tema de la salud tenía aún menos desarrollo. Le dije a Aleja que
no se preocupara, pero sus sollozos de vuelta al jardín los sentí más fuerte
que nunca.
Seguramente
por obra del destino los días siguientes no supieron del nombre Gastón, pero
definitivamente fue lo mejor, o eso creí en ese momento. Me dediqué a mí, no me
acosté con nadie. Me dedicaba a limpiar y leer, limpiar y leer. Las prostitutas
podemos ser inmorales pero no por eso mal educadas, mucho menos alejadas del
conocimiento. Es necesario tener una mente abierta e interesante para tomar la
cruda decisión de vender el cuerpo. Nosotras veíamos como algo necesario, casi
tanto como el sexo, el leer. Tal como el mundo ficticio de las historias,
necesitábamos ficción en nuestras vidas. No se vive mal siendo dama de
compañía, pero de esa manera tampoco se logra la felicidad.
A
las dos semanas del diagnóstico apareció y lo hizo con todos sus compañeros.
Venía con ganas de estar conmigo, pero todas estábamos tristes. El la administradora o administrador se había ido
y ahora, solas, velábamos por nuestro bienestar. Velábamos por que no se
supiera lo que sucedía en el jardín de los tulipanes, velábamos por no
separarnos y volver todas a nuestras crudas realidades. Fue por eso que me negué
a todo, y antes de cualquier cosa le dije que no me tocara nunca más. Que
Europa era un continente sucio, que no le perdonaría nunca lo que me había
hecho. Me sentía sin valor, totalmente reemplazable y pasada a llevar; yo, que
algunas vez creí que me podía querer. No le importó en un comienzo, hasta que
días más tarde Clara me llegó con la noticia.
-¿No
has visto a Gastón?- preguntó.
-No,
y tampoco tengo ganas. No quiero saber de él en mucho tiempo- dije indignada
por la pregunta.
-Pues
deberías reconsiderarlo, Alicia. Gastón está reemplazando al jefe. Ha pagado
todos los gastos y se ha hecho cargo de nosotras. ¿Es que acaso no sabías?-
exclamó sorprendida.
-No
me interesa. Lo que hizo conmigo no podrá remediarlo con nada. Y qué bien si
les está dando de comer, pero a mí no me interesa nada que tenga que ver con
él.
Al
rato Alicia salió de la habitación que compartíamos las cuatro junto con Aleja
y Laura, y minutos después golpearon a la puerta. Era Gastón que con un sinfín
de frases elaboradas y halagos me pedía perdón por todo, prometiendo amor
eterno. Dijo que si estaba ahí no era porque le gustaba el mundo de la
prostitución, sino porque quería que juntos saliéramos adelante y que para
estar cerca de mí el único camino era acercarse al jardín de los tulipanes. Las
palabras que minutos antes había pronunciado en presencia de Alicia cayeron al
piso. Lo besé como destrozándole los labios por todo el daño que me había
causado, pero a la misma vez dando a entender lo mucho que lo amaba, y no pensé
en lo que podían decir, en los problemas que me podía traer. Ya estaba
enamorada y ese sí que es un viaje, muchas veces, sin retorno.
Los
días siguientes estuve siempre con él, no teníamos tanto sexo, pero tampoco
teníamos verdadero amor. Era como una relación de socios que se “querían”, y a
pesar de no ser una verdadera pareja enamorada, yo me seguía entregando. Dejé
de cuidarme pues esa era la noción de pareja estable que necesitaba para
hacerlo y no creí necesario el evitar una familia. Sin darme cuenta, fue la
peor decisión que podía haber tomado.
Un
día Laura se me acercó y me dijo:
-Alicia,
no está bien lo que haces- me dijo sentándose a mi lado.
-¿Qué
no está bien? ¿Enamorarme?-.
-Lo
que estás haciendo. Nos ignoras. Crees que eres superior por estar con el nuevo
“jefe” cuando tú sabes que nadie lo quería acá y que si lo aceptamos es porque
casi no teníamos dinero. Los hombres de traje y corbata no han hecho más que
traer problemas, y tú sin embargo ahora nos has dejado de lado hasta a nosotras
por estar con él. ¿No te parece demasiado? –dijo.
-No.
Yo estoy feliz. Eres una egoísta, Laura, y me extraña pues siempre has sido la
más inteligente. Nunca antes me había sentido tan contenta y tú vienes a
estropearme los sueños. No quiero escucharte más, ni a ti ni a nadie. Yo soy
feliz y eso me basta.
Horas
más tarde tomé dinero de la billetera de Gastón e hice el largo viaje hacia la
ciudad. Necesitaba que alguien, algún médico que confirmara mi presentimiento
de ser madre y así fue. Estaba embarazada de Gastón, el hombre que se fue a
otro continente diciendo que no quería estar conmigo, el hombre que volviendo
al país me había contagiado con una enfermedad de transmisión sexual. Estaba
esperando un hijo de quien me había hecho más daño. Nada tenía lógica.
Ese
día volví al jardín de los tulipanes pero le expliqué a Gastón que necesitaba
bajar a la ciudad un par de días. Necesitaba hacer unos trámites, comprar cosas
para nuestro nuevo hogar-prostíbulo, y dedicarme tiempo luego de tantas discusiones
con quienes habrían sido durante casi toda mi vida mis verdaderas madres.
Gastón entendió, me dio suficiente dinero sin siquiera titubear pues pasábamos
por un esplendoroso momento en el jardín de los tulipanes. Sin duda alguna
Gastón había disparado el éxito del lugar, y aunque mis madres no lo negaban,
no les contentaba en lo absoluto que me proyectara con él. Estuve en la ciudad
aproximadamente dos semanas y al retorno nada era como me esperaba.
No
lo podía creer, era lo que nunca me había imaginado. Entrando al jardín pisé un
tulipán y ni siquiera me importó, o quizá las lágrimas gigantes que mis ojos
albergaban no dejaron que me fijara.
Todas
las que trabajaban no estaban. Los tulipanes lucían resecos, descuidados. El
auto de Gastón se había ido dejando las huellas de sus ruedas, y la casa no era
más que un templo de la soledad. Entré preocupada y recorrí cada una de las
piezas donde sólo quedaban las camas, sin sábanas ni almohadas. Encontré en la
pieza que compartía con Aleja, Laura y Clara, una carta de cada una con algo
suyo como recuerdo. En cada carta me aconsejaban, a su estilo, qué debía hacer
en mi nueva vida. Aleja me lo decía con resignación, intentando decirme que las
decisiones siempre deben ser las mejores y que, si más adelante tenía un hijo,
que por favor le diera el doble del amor que ella podía haberme entregado. Que
todo lo que hizo fue siempre esperando mi felicidad, y que la perdonara si
alguna vez no la pude perdonar. Por su parte, Laura se mostraba un poco
decepcionada, pero también me aconsejó dentro de lo que pudo y los borrones de
tinta demostraban que escribiendo la carta habían caído un par de lágrimas. Me
dijo que las mujeres éramos fuertes, más las que estábamos solas. Pero que yo
había sido capaz de valerme por mí misma aunque fuese vendiendo mi cuerpo, y
que eso me volvía capaz de hacer lo que yo quisiera a futuro, pues ya tenía
control sobre mi vida. Al último y sin restar importancia leí la de Alicia, que
fue la que desató mi llanto. Era la más dulce y a la vez triste de las tres,
tal cual era el estilo de mi hermana postiza. En ella más que aconsejarme
plasmaba los sentimientos y recuerdos más importantes que habíamos tenido
juntas, diciendo que todo lo que pasaba no era culpa mía, sino de Gastón, y que
yo era la princesa más linda que merecía al mejor príncipe azul.
Fue
entonces cuando entendí y, por el contenido y ciertas frases de las cartas,
llegué a la conclusión de lo que había dicho Gastón: Que nos íbamos, que nos
habíamos aburrido del mundo de los prostíbulos. A cada una le dio algo de
dinero que la verdad era miserable, pero que hasta para mí en ese contexto habría
sido valioso. Sobre mí dijo que yo había ido a la ciudad a buscar un nuevo
hogar, pues el jardín de los tulipanes se cerraría y no tendrían más recursos
para mantenerlo, ante lo que todas mis compañeras prefirieron tomar sus cosas y
buscar nuevos horizontes. El problema de todos los lindos planes que Gastón
contó a las chicas era que nunca me avisó, que yo no había ido a buscar casa, y
que no me dijo tampoco dónde iría. Ahora estaba sola, sin familia y con un hijo
en el vientre de un hombre que nuevamente me decepcionaba. Lloré dos días donde
sólo me dedicaba a comer ciertas frutas que había traído de la ciudad y a regar
mis tan añorados tulipanes, luego decidí que por el bien de mi nuevo hijo debía
acudir a la única familia disponible en ese momento: la real.
Tomé
el dinero que tenía escondido para cuando me fuese de ese prostíbulo con Aleja,
Laura y Alicia y me lo llevé hacia mi lugar de origen. Allá encontré a mi madre
más demacrada, mis hermanos más grandes y toda la casa casi cayéndose a
pedazos. Le expliqué entre llantos lo que había sucedido mientras bebía un café
recargado que mi madre me había servido de mala gana, y ella finalizó el relato
con una carcajada. Estaba borracha pero el olor lo había ocultado, así como su
forma de hablar pues no había mencionado
palabra. Descubrí que seguía sumida en el alcoholismo que le dejó mi padre cuando
se puso a reír de toda la tragedia que le estaba contando, y cuando me pidió la
mitad del dinero que había encontrado al registrar mi cartera mientras iba al
baño. Al negarlo, ella reía de nuevo. Ya lo había sacado. Y antes de llorar y
darme por vencida pensé en mi hijo, pensé en que tenía que salir de inmediato
de ahí.
Caminé
sin rumbo hasta llegar a una iglesia donde me quedé dormida en el
confesionario, y al otro día tomé la decisión que hasta el día de hoy creo fue
la mejor. Acudí donde la única mujer partera del pueblo y le dije que
necesitaba abortar, que no podía traer a este niño al mundo. Era una injusticia
para él, venir de la quietud y tranquilidad de mi vientre a una realidad donde
no podía ofrecerle más que penas y martirios, quizá llevando a que se
convirtiese en otro más de esos hombres malditos de trajes negros y corbatas
verde musgo. Le conté mi historia a grandes rasgos y accedió a hacerlo gratis
pues comprendió la situación. En esos tiempos el aborto se hacía sin
precauciones, sin cuidados más que el que tiene una mujer que se dedica a eso.
Y hoy en día todos se hacen los interesantes y defensores discutiendo cuán
moralmente aceptable es no traer a un niño al mundo… ¡Por favor! Si esto se
viene haciendo incluso antes del nacimiento de este país. Aborté y decidí
borrar, de todas maneras y al menos por ese momento, lo que había sucedido con
ese hijo pues ya era demasiada carga emocional como para tener que recordar
otro martirio.
De
ahí en más mi vida ha sido dura, pero mejor que la que tendría de haberme
quedado en mi hogar, con un padre descontrolado y una madre alcohólica. Puedo
decir con orgullo que cada uno de mis logros ha sido gracias a mí, que nadie me
ha ayudado. Que todas las decisiones las he tomado yo, tal y como debiese ser
tomada cada una de las decisiones de una mujer. Puedo decir que cada opción
preferida fue la mejor que podría haber tomado, y puedo estar segura también de
que ahora, a mis 60 años, no creo que sea tarde para comenzar como corresponde
una vida feliz”.
La
señora terminó de hablar y sentí un nudo en la garganta. Era la primera
entrevistada para el puesto de encargada de la limpieza en la empresa y yo ya
quería darle el puesto. Yo, que sólo le había pedido riendo que me contara un
poco más de su vida, todo mientras yo intentaba esconder con mi mano la corbata
verde musgo que me había puesto ese día y mientras ella mantenía su mirada
cristalina y constante en los tulipanes rojos detrás de la ventana.