lunes, 23 de noviembre de 2015

Adict@

Estuve pensando, en vista y considerando bastantes sucesos que han acontecido últimamente, en eso de que el amor o de que las personas son como las drogas.
“Soy adicto a ti” dice el enamorado de redes sociales. “Tu amor es mi droga y necesito más” dice por otro lado la tarjetita que venden el 14 de febrero. Déjeme decirle, lector/a de por ahí, que por muy cliché que suene, no está tan lejos de la realidad.
“Sustancia o preparado medicamentoso de efecto estimulante, deprimente, narcótico o alucinógeno” dice la RAE que es una droga. Y,  ¿No son acaso todas esas las etapas por las que pasamos con una persona? De que estimula, estamos claros. Deprimente… no es necesario ni siquiera mencionarlo. Sobre los narcóticos y alucinógenos no queda más que afirmar que todos hemos andado más despistad@s y viendo corazones hasta en las nubes.
Y eso es lo que le pasa a un/a drogadict@ y a un/a enamorad@: luego de una serie de encuentros satisfactorios con la droga, se acostumbra. A las sensaciones, a los momentos. Llega un punto en que ya no hay un análisis racional de lo que se está haciendo. Lo hago porque llevo tiempo haciéndolo. Lo hago porque se siente rico. ¿Si me suma? ¿Si me resta? No hay mayor importancia en eso. En mayor o menor medida el tema es el mismo. Y lo preocupante es que, más allá de la discusión que podría generarse en torno a la existencia de drogas naturales que favorecerían al cuerpo en distintos ámbitos, la droga es un elemento externo al cuerpo que provoca un cambio en el estado. ELEMENTO y EXTERNO: ¿Pueden esas dos palabras usarse para hacer referencia a una persona que se supone que amamos? Nuestro complemento, nuestr@ compañer@. Yo creo que no. Porque si bien yo consumo drogas blandas como el alcohol, el cigarro y la marihuana, mal podría negar que una sustancia externa, no generada por nosotros y por ende no indispensable para vivir, y que además cambie mi estado natural, sea totalmente beneficiosa para algo tan natural como nuestra forma de ser, nuestra vida, en el caso de las drogas; o para algo tan natural y saludable, también, como el amor, en el caso de las relaciones de “adicción” a las que he hecho alusión a lo largo de este escrito.
El egoísmo forma parte esencial de este ciclo de consumo-adicción. No hay amor sincero ni por uno mismo ni por la otra persona. Al consumir a la otra persona no dejamos espacio para su propio bienestar y, a su vez, nosotros llenamos espacios momentáneamente con el hábito de pertenencia que generamos con la otra persona. ¿Cuánta normalidad puede haber en el no poder vivir sin otra persona? ¿Cuánta normalidad hay en la dependencia que se genera entre y una persona? ¿Dónde queda el volar junt@s, sin cortar las alas de ninguno de l@s dos?

Qué cómoda la eterna energía de la cocaína, qué llamativo el recorrido de un trip, qué amable el relajo de la marihuana. Pero el cigarro, el alcohol también son drogas, y qué molesta la sensación de una garganta sensible con el humo del cigarro o de un cuerpo que quiere eliminar en cualquier momento todo el alcohol consumido. Llegar a ese punto de agobio luego de una sobredosis a veces es útil. Yo lo tuve, no terminé el cigarro y ya quería apagarlo. No terminaba el vaso y ya quería vomitar. Desintoxicarse parece tortuoso al comienzo, la adicción a veces parece que te va a ganar. Pero cuando se logra se arregla el cuerpo, la vida, la mente. Ahora no espero ser ni la persona adicta ni la persona droga. Mantengo mi afición a nada más que el amor. Parece que, para eso, no existe rehabilitación.